• Nie Znaleziono Wyników

La Iglesia Católica frente al Estado: evolución de sus relaciones

W dokumencie CUBA: ¿quo vadis? (Stron 171-177)

Desde el triunfo de la revolución castrista en 1959, las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado en la República de Cuba se han caracterizado por una gran complejidad, dependiendo de las circunstancias internas del régimen y de la actitud de la propia iglesia hacia el gobierno revolucionario2.

Inicialmente, la Iglesia Católica cubana se posicionó a favor de la revolución.

La restitución de las libertades públicas y de los derechos fundamentales para todos los ciudadanos, siguiendo criterios de justicia social, eran argumentos fácilmente aceptables por la jerarquía católica de la Isla3. Sirva de ejemplo la pastoral Vida Nueva del arzobispo de Santiago de Cuba, Monseñor Pérez Serantes, hecha pública el 3 de enero de 1959, pocas horas después del triunfo revolucionario:

…Queremos y esperamos una república netamente democrática, en la que todos los ciudadanos puedan disfrutar a plenitud la riqueza de los derechos humanos (…) Queremos que a nadie le falte el pan de cada día: que no falte nunca trabajo, debidamente retribuido, y con él, el alimento, el ves-tido, el techo y la educación conveniente y propia del hombre, en forma tal que lo capacite para su superación y para que pueda subir los peldaños de la escala social, que no debe ser privilegio de na-die. (Uría, 2011, p. 264)

Teniendo en cuenta el escenario socio político en el que se produjo el triunfo revolucionario, resulta comprensible que, al menos inicialmente, existiera una clara convergencia de criterios entre la jerarquía católica cubana y el gobierno de Fidel Castro. Sin embargo, cuando Fidel entró triunfalmente en La Habana en enero de 1959, todavía estaban en vigor los dogmas del Primer Concilio Vaticano y la Santa Sede se había posicionado, en el contexto de la Guerra Fría, con los Estados Unidos y sus aliados occidentales, contrarios al expansionismo comunista liderado por Moscú. Era pues inevitable que la deriva comunista que adquirió de forma inequívoca la revolución cubana a  partir de 1961 condujera,

inexorable-2 El doctor Gómez Treto, en una de las monografías más detalladas sobre las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado cubano desde el triunfo de la revolución hasta 1985, tituladaa Iglesia Cató-lica durante la construcción del comunismo en Cuba”, establece varias fases en el desarrollo de las rela-ciones entre ambas institurela-ciones: fase de desconcierto (1959-1960); de confrontación (1961-1962);

de evasión (1963-1967); de reencuentro (1969-1978) y de diálogo (1979-1985). Posteriormente, el historiador Enrique López Oliva, partiendo del análisis de Treto añade las fases de adaptación (1986-1992); de reacomodo (1993-1997) marcada por el fin del ateísmo oficial y de segundo reencuentro (1998-2008).

3 En 1957, dos años del antes triunfo revolucionario, Fidel Castro hizo público su primer mani-fiesto político en Sierra Maestra. Los dos principales objetivos propugnados en su ideario: recuperar el control de la economía cubana (sometida a una excesiva relación de dependencia respecto a los Estados Unidos) y devolver al pueblo las libertades perdidas durante la dictadura de Fulgencio Batista. Eran, por lo tanto, anhelos, con los que podían identificarse gran parte de los cubanos.

mente, a  una rápida ruptura entre la Iglesia Católica y el nuevo Estado surgido de la revolución.

Ya en agosto de 1960 los obispos de Cuba habían hecho pública una pastoral en la que, aunque se identificaban con las reformas sociales que “respetando los legítimos derechos de todos los ciudadanos, tienden a mejorar la situación social, económica y educacional de los más necesitados”, insistían en la creencia de que el catolicismo y el marxismo representaban dos concepciones del mundo totalmente irreconciliables4:

Condenamos el comunismo porque es esencialmente una doctrina materialista y atea y porque los gobiernos que por ella se guían, figuran entre los peores enemigos que han conocido la Iglesia y la humanidad en toda su historia. Afirmando engañosamente que profesan el más absoluto respeto a todas las religiones, van poco a poco destruyendo en cada país, todas las obras sociales, caritativas, educacionales y apostólicas de la Iglesia, y desorganizándola por dentro al mandar a la cárcel, con los más variados pretextos, a los obispos y sacerdotes más celosos y activos. Condenamos también el comunismo porque es un sistema que niega brutalmente los derechos más fundamentales de la per-sona humana y establece en todos los países, un régimen dictatorial en que un pequeño grupo se impone por medio del terror policial a todos los ciudadanos (...) Por todo ello la Iglesia está hoy y estará siempre a favor de los humildes, pero no está, ni estará jamás con el comunismo. (Instrucción teológica pastoral, 1960, p. 16)

Los obispos cubanos expresaron también su temor ante lo que consideraban un excesivo acercamiento político e ideológico entre La Habana y Moscú. Efecti-vamente, tras las tensiones surgidas entre la Administración Eisenhower y el gobierno de Fidel Castro en 1959, el presidente soviético Nikita Kruschev supo aprovechar hábilmente la coyuntura para propiciar un alineamiento con el nuevo régimen cubano y atraer a su órbita de influencia a la Isla caribeña, situada a tan solo 150 kilómetros de la costa de Florida. En el texto de los obispos puede leerse lo siguiente:

En los últimos meses el gobierno de Cuba ha establecido estrechas relaciones comerciales, culturales y diplomáticas con los gobiernos de los principales países comunistas, y en especial con la Unión Soviética (….) Nos inquieta profundamente el hecho de que, con motivo de ello, haya habido perio-distas gubernamentales, líderes sindicales y altas figuras del gobierno que hayan aplaudido calurosa-mente los sistemas de vida imperantes en esas naciones, y hayan sugerido en discursos pronunciados dentro y fuera de Cuba, la existencia de analogías entre las revoluciones sociales de esos países y la cubana. (Instrucción teológica pastoral, 1960, p. 17)

La pastoral fue rechazada por Fidel Castro que la calificó de “injerencia con-trarrevolucionaria” y con estas discrepancias se iniciaba una escalada de tensiones

4 Conviene recordar a este respecto uno de los párrafos de la Internacional Comunista: “No más salvadores supremos: ni César, ni burgués, ni Dios, que nosotros mismos haremos nuestra propia reden-ción”.

que culminó con la expulsión, en septiembre de 1961, de 142 sacerdotes católicos de la Isla. En poco tiempo el clero cubano sufrió una drástica reducción, ya que el miedo a las represalias bajo el recuerdo de lo acontecido durante la Guerra Civil española, también provocó un éxodo masivo de religiosos a  diversas partes del mundo. Por otra parte, en virtud de la nueva ley sobre la educación, todos los colegios privados pasaron a ser propiedad del Estado, lo que afectó fundamental-mente a los centros de enseñanza católicos, al ser éstos los más numerosos. De esta forma la Iglesia vería diezmado el patrimonio en la Isla al sufrir la confiscación de sus bienes y quedar desvinculada de la enseñanza, al tiempo que se resignaba a perder, bajo prohibición gubernamental, algunas de sus principales tradiciones, como la celebración de la Semana Santa y la Navidad. Nos encontramos por lo tanto ante un catolicismo debilitado, con un clero reducido, desvinculado de la educación y desprovisto de su patrimonio y de sus tradiciones.

Con el trasfondo de las discrepancias entre la Iglesia y el Estado en Cuba, en 1962, bajo el pontificado de Juan XXIII, se iniciaban los trabajos del Concilio Vaticano II. Contrariamente a lo que parecía vislumbrarse, en el documento Gadiun et Spes en el que la Iglesia trataba de definir sus relaciones con el mundo, se eludía cualquier forma de condena al comunismo y se aceptaba además el diálogo interre-ligioso y entre comunismo y marxismo. Una nueva perspectiva parecía abrirse para Cuba, país cuyo máximo dirigente había declarado ser marxista leninista y en el que cohabitaban distintas religiones debido a las grandes transformaciones sociales producidas en la Isla a lo largo de su historia, sin embargo, el gobierno de La Habana lejos de acercar posiciones con la jerarquía católica siguió profundizando en la brecha existente entre las dos instituciones.

En consonancia con el distanciamiento entre la Iglesia y el gobierno cubano en el ordenamiento jurídico del nuevo régimen se adoptaron numerosas medidas que perjudicaban a los creyentes, así miles de ciudadanos se vieron obligados a ocultar su fe para no ser víctimas de las represalias gubernamentales. Se inició entonces el período denominado por Philippe Letrilliart “la época del silencio” (Letrilliart, 1998, p.14), caracterizada por una iglesia debilitada que aunque se esforzaba por mantener su influencia en la sociedad, carecía de los medios adecuados para lograrlo.

Durante este período se produjeron tres momentos claves en los que se adop-taron normas perjudiciales para las distintas religiones que cohabitan en la Isla, pero fundamentalmente para la católica, por su clara oposición al régimen. El Primer momento en 1965, al quedar constituido oficialmente el Partido Comunista de Cuba, cuyos estatutos establecían que el acceso a  sus filas solo podría realizarse sobre la base del respeto: “a los principios del antiimperialismo y del patriotismo, y a la fidelidad al socialismo y al comunismo, como vía de alcanzar la igualdad plena de la sociedad” (Primer Congreso PCC, 1965). Los gobernantes cubanos manifes-taron estar convencidos de que todo ello era incompatible con los principios y

valores que propugnaba el catolicismo y no dudaron en hacer públicas muestras evidentes de un ateísmo militante (Fernández Santelices, 1984).

Una década después, el primer congreso oficial del Partido Comunista Cubano estableció en su programa, bajo el título “Resoluciones sobre la política, en relación con la religión, la Iglesia y los creyentes” (Plataforma Pragmática del Partido Comu-nista de Cuba, 1976, p 99), que, aunque efectivamente la religión podía interpretarse como una forma de conciencia social, se caracterizaba “por aportar a los creyentes una visión totalmente errónea y tergiversada de la realidad” (Ibíd.).

Tras la convocatoria del primer congreso del Partido Comunista se promulgó la Constitución cubana de 1976, cuyo texto iba precedido de un amplio preámbulo en el cual se rendía homenaje a José Martí y a Karl Marx, se resaltaba la importan-cia del internacionalismo proletario, espeimportan-cialmente, “la amistad fraternal, la ayuda y la cooperación de la Unión Soviética y otros países socialistas” (…) “la solidaridad de los trabajadores y los pueblos de América Latina y el mundo” (Constitución de la República de Cuba, 1976). El artículo 54, establecía la libertad de culto, estipu-laba que el gobierno regularía todas las actividades de las instituciones religiosas y enfatizaba, además, la ilegalidad de “oponer la fe o la creencia religiosa a la revolu-ción, a la educación o al cumplimiento de los deberes de trabajar, defender la patria con armas, reverenciar símbolos o los demás deberes establecidos por la Constitu-ción” (Ibíd.).

En materia educativa, el artículo 38, señalaba que el Estado fundamentaba su política educacional y cultural en la concepción científica del mundo, establecida y desarrollada por el marxismo leninismo y en promover la formación comunista de las nuevas generaciones (Ibíd.). Por su parte el artículo 39, insistía en la misma línea al manifestar que la educación de la niñez y la juventud en el espíritu comu-nista era deber de toda la sociedad (Ibíd.). En definitiva el texto constitucional reafirmaba el carácter ateo del Estado.

Obviamente, los postulados recogidos en la nueva Constitución no contribu-yeron a  acercar posiciones entre los obispos cubanos y el gobierno, pero sorprendentemente, al año siguiente de promulgarse la nueva Carta Magna y a pesar de sus preceptos en materia religiosa, Fidel Castro afirmó durante una Conferencia celebrada en Jamaica ante líderes de distintas religiones de todo el mundo:

Ha llegado el momento de trabajar juntos para que cuando triunfe la idea política, no se quede atrás la idea religiosa y no se convierta en el enemigo del cambio (…) tenemos que celebrar una alianza entre la religión y el socialismo, entre la religión y la revolución. (Gómez Treto, 1988, p. 6)

Dos años más tarde se produjo el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua. Una de las consignas del Frente Sandinista de Liberación Nacional para su victoria había sido: “entre fe y revolución, no hay contradicción” (Vaisse, 1993, pp. 55-69). El clero cubano y los gobernantes de La Habana pudieron contemplar

entonces una realidad política en la cual Iglesia y revolución podían coexistir pacíficamente, sin enfrentamientos5.

En 1986 la Iglesia Católica dio el primer paso hacia el entendimiento con el gobierno, al convocar el denominado Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), con el objetivo de elaborar las nuevas líneas pastorales a seguir. El Encuen-tro marcó un punto de inflexión que puso de manifiesto la capacidad de reconciliación de la Iglesia Católica, en el contexto de un sistema político que le negaba sus derechos. Fruto de esta reunión los obispos cubanos hicieron público un documento final, en el cual reconocían los esfuerzos realizados por el gobierno para proporcionar a todos los ciudadanos derechos esenciales como el derecho a la educación y a la asistencia sanitaria; pero al tiempo que valoraban los considerados por el régimen “principales triunfos” de la revolución, también ponían especial énfasis en “las restricciones a  la libertad religiosa y a  otras libertades públicas”

(ENEC, 2005, p. 7). Estas afirmaciones no impidieron que en los círculos oficiales se tuviera la percepción, de que “existía en la Iglesia una actitud de entendimiento hacia el proyecto socialista impulsado por el Estado” (Ramírez Calzadilla, 2000, p.

82). El Encuentro Eclesial sirvió, por una parte, para incrementar la presencia de la Iglesia en la sociedad y, por otra, para modificar las relaciones con el Estado e iniciar un proceso de acercamiento paulatino entre las dos instituciones.

En el año 1991, el fin de la Guerra Fría marcó otro importante punto de inflexión en las relaciones entre la Iglesia y el Estado en Cuba, ya que a partir de ese momento el gobierno de La Habana decidió acometer una serie de reformas cons-titucionales para mejorar sus relaciones con la Iglesia Católica, tratando de evitar así situaciones análogas a las producidas en Europa del Este, que pusieran en riesgo su liderazgo. En el V Congreso del Partido Comunista Cubano celebrado en 1991, se eliminaron de sus estatutos todas aquellas restricciones que impedían a los cre-yentes ingresar en el partido. Poco tiempo después, la Asamblea Nacional del Poder Popular se vio obligada a ratificar una serie de reformas constitucionales propuestas por Fidel Castro tras el desmembramiento de la Unión Soviética, considerada hasta ese momento en el ordenamiento jurídico cubano el baluarte del comunismo a escala mundial.

En las modificaciones constitucionales aprobadas por la Asamblea Nacional del Poder Popular en 1992, se establecía la libertad religiosa en Cuba y la separación entre la Iglesia y el Estado: “El Estado reconoce, respeta y garantiza la libertad religiosa. En la República de Cuba, las instituciones religiosas están separadas del

5 Más tarde, ya en la década de los ochenta, también se produjo un duro enfrentamiento entre líderes revolucionarios y la jerarquía de la Iglesia Católica nicaragüense. El papa Juan Pablo II se sumó a la disputa pidiendo a varios líderes revolucionarios que ocupaban cargos gubernamentales, como los sacer-dotes Ernesto y Fernando Cardenal, que dimitieran de sus cargos públicos o renunciaran a su ordenación en la Iglesia Católica.

Estado. Las distintas creencias y religiones gozan de igual consideración”. (Artículo 8). En esta línea se estipulaba también que: “la discriminación por razón de raza, color de piel, sexo, origen nacional y creencias religiosas está proscrita y será san-cionada por la ley” (Artículo 42). Finalmente, se señalaba que todos los ciudadanos, sin discriminación de ningún tipo, incluida la discriminación por motivos religio-sos, podrían tener acceso:

… según méritos y capacidades, a todos los cargos y empleos del Estado, de la Administración Públi-ca, de la producción y la prestación de servicios. Pueden ascender también a todas las jerarquías de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y de la seguridad y orden interior, según méritos y capacidades y percibir salario igual por trabajo igual. (Artículo 43)6

En resumen, el Gobierno de Fidel Castro reconocía la separación entre la Iglesia y el Estado, e introducía en el ordenamiento jurídico cubano la libertad religiosa y, por lo tanto, la no discriminación por motivos religiosos.

Este clima de mayor apertura en el ámbito religioso facilitó la visita del papa Juan Pablo II a Cuba en 1998. En las homilías pronunciadas durante los cinco días que permaneció en la Isla, el Sumo Pontífice además de referirse a cuestiones reli-giosas, como la necesidad de abolir el aborto por ser Cuba el único país de América Latina en el cual estaba legalizado o la necesidad de permitir la implantación de colegios católicos, también mencionó algunos temas sensibles ya que abogó por la libertad de prensa, de expresión y por la liberación de todos los presos políticos, algo que hasta ese momento no había hecho públicamente ningún mandatario al visitar Cuba. También, Juan Pablo II pronunció su famosa frase “Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba” y solicitó al gobierno durante la misa celebrada en la Plaza de la Revolución de La Habana “la adopción de una legislación adecuada que permitiera a cada persona y a cada confesión religiosa expresar libre-mente su fe, en todos los ámbitos de la vida pública”. (Juan Pablo II, 1998, p.2).

La visita del papa Juan Pablo II puso a prueba la capacidad de diálogo entre la Iglesia y el Estado a través de los dos organismos encargados de preparar el evento, la Oficina de Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista y la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba. Los contactos entre ambas institucio-nes sirvieron para sentar las bases de un importante precedente de entendimiento y consenso, y las concesiones sobre asuntos religiosos conseguidas por Karol Wojtyla en 1998, facilitaron el camino para el actual diálogo entre la jerarquía católica y el gobierno, si bien es cierto que en los años transcurridos desde entonces la Iglesia Católica cubana ha vivido momentos de protagonismo junto a otros de pérdida de influencia según las circunstancias internas del régimen.

6 La modificaciones constitucionales de 1992 pueden consultarse en Cubaminrex, sitio web del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, en el apartado “La religión en Cuba”, disponible en www.

cubaminrex.cu

Con la llegada de Raúl Castro a la presidencia de la República, la Iglesia Cató-lica ha obtenido el estatus de interlocutora interna del régimen y el diálogo Iglesia Estado ha trascendido los temas de índole religiosa permitiendo a miembros de ambas instituciones debatir sobre temas de interés nacional7.

W dokumencie CUBA: ¿quo vadis? (Stron 171-177)